Juan Pablo Sánchez. Foto: Larga Cambiada (Paloma Aguilar)
MADRID: JUAN PABLO ACARICIA EL CIELO DE MADRID
MARIANO ALIAGA / HIDROCÁLIDO
Dicen que “De Madrid al Cielo” aunque si hay que alcanzarlo pasando por la plaza de Las Ventas, el ascenso es duro, muy duro. Peldaños en el camino formados por público diverso, miedo escénico, novillos como toros en muchas plazas o más que toros por astifinos, viento que habita en este ruedo acomodado como inquilino de baja renta aunque incordie al vecindario, pañuelos de plomo en el tendido y en manos de presidentes aferradas a la barandilla del palco para mantener dureza en el criterio, insensibles ante noveles y sin fuerza para levantar el pesado moquero blanco más allá del pasamanos.
Juan Pablo Sánchez ayer ascendió por la escalera de todas esas dificultades hasta tocar, acariciando con la yema de sus dedos el cielo madrileño, sin poder quedarse allí por la maldita espada que no quiso clavarse más allá de su mitad, por más que el hidrocálido la empujara entregándose en la suerte.
Primer tramo de escalera desplegable en coche de bomberos más a la conquista que al rescate, o también a éste, viniéndonos al recuerdo las tardes infinitas de San Isidro donde el toreo de Juan Pablo nos hubiera salvado del tedio. Primer tramo, decimos, ascendido con esfuerzo, sudor en la frente, firmeza en las piernas, inteligencia en la cabeza, claves para adquirir el control de la situación y moldear el barro negro de su primero que engañó al irse a tablas de inicio para empujar después con fuerza al caballo, mostrándose encastado en la muleta, donde la clave estuvo en los inicios de Juan Pablo doblándose por bajo, haciéndose el novillo a su gusto para después, incluso en terrenos prohibidos, interpretar fases importantes sobre todo con la diestra, aunque también lo consiguió por naturales al principio inciertos. Muleta por delante para embarcar y dejándola, sin moverse, para ligar las tandas aprovechando la movilidad con el temple innato. Y ante el parón, firmeza, sin dudas y sin perder la linea recta de la figura, tragando él y el tendido. Estocada y merecida oreja para asentar ese primer tramo de ascenso con media puerta grande abierta.
El ascenso por el segundo tramo debía ser con el cuarto de la noche, también de El Montecillo como toda la novillada, que fue más noble llegando más claro a la muleta, en lo que colaboró la ovacionada suerte de varas que ejecutó Pepillo de Málaga, por agarrarse arriba, midiendo el castigo en los dos encuentros. Ahora la arcilla era color castaño y más manejable que la anterior, permitiendo al mexicano lucirse en los doblados iniciales, no de tanteo sino de temple, rematados con el desprecio y un cambio de mano que conectó al público en sintonía con el ruedo, para no desconectarse durante toda la faena con las mismas bases que la anterior pero con las sorpresas para distraídos como los pases por detrás y los pitones en la taleguilla a mitad del pase, finalizado con los pulsos del corazón acelerado trasladados a la muleta en toques que consiguen finalizar el suspense. Justa medida en ambas faenas de tiempo y forma para pedir el estoque a su mozo, cuando Juan Pablo acariciaba el algodón azul del cielo madrileño que es lo mismo que la gloria taurina. Agarró fuerte la empuñadura y se tiró a matar con la fe que atesora y el empuje de los asistentes. Clavó media arriba que fue suficiente para ver doblar a su enemigo y aparecer pañuelos en el tendido pero no para que el brazo perezoso del presidente asomara el suyo, que además no lo es, porque es de la plaza. Ahí se quedaron los dedos del hidrocálido arañando la gloria de Alcalá, para bajar y dar una vuelta al ruedo, sumando así un magnífico balance en su presentación.
Sus compañeros de terna tuvieron silencios como balances. El francés Patrick Oliver no consiguió coger la media al incómodo segundo y el quinto no le dio muchas opciones llevando siempre la cara arriba provocando deslucidos enganchones.
El español Antonio Espaliú mostró un buen concepto de su toreo con gotas andaluzas en el compás abierto de su capote y algunos trazos con la muleta. Resultó herido al entrar a matar al sexto y quedarse demasiado tiempo a merced en el suelo, recibiendo una herida en la cabeza y otra en la cabeza de carácter leve.
Al salir, mucho tiempo tardó Juan Pablo en llegar al coche de cuadrillas por la gran cantidad de aficionados que solicitaban la foto recuerdo con la joven promesa. Peaje del triunfo.
FICHA
Madrid, Las Ventas: 3ª de las Novilladas nocturnas. Un tercio de entrada.
6 Novillos de El Montecillo.
Juan Pablo Sánchez, oreja y vuelta tras petición.
Patrick Oliver, silencio y silencio.
Antonio Espaliú, silencio y silencio.
MARIANO ALIAGA / HIDROCÁLIDO
Dicen que “De Madrid al Cielo” aunque si hay que alcanzarlo pasando por la plaza de Las Ventas, el ascenso es duro, muy duro. Peldaños en el camino formados por público diverso, miedo escénico, novillos como toros en muchas plazas o más que toros por astifinos, viento que habita en este ruedo acomodado como inquilino de baja renta aunque incordie al vecindario, pañuelos de plomo en el tendido y en manos de presidentes aferradas a la barandilla del palco para mantener dureza en el criterio, insensibles ante noveles y sin fuerza para levantar el pesado moquero blanco más allá del pasamanos.
Juan Pablo Sánchez ayer ascendió por la escalera de todas esas dificultades hasta tocar, acariciando con la yema de sus dedos el cielo madrileño, sin poder quedarse allí por la maldita espada que no quiso clavarse más allá de su mitad, por más que el hidrocálido la empujara entregándose en la suerte.
Primer tramo de escalera desplegable en coche de bomberos más a la conquista que al rescate, o también a éste, viniéndonos al recuerdo las tardes infinitas de San Isidro donde el toreo de Juan Pablo nos hubiera salvado del tedio. Primer tramo, decimos, ascendido con esfuerzo, sudor en la frente, firmeza en las piernas, inteligencia en la cabeza, claves para adquirir el control de la situación y moldear el barro negro de su primero que engañó al irse a tablas de inicio para empujar después con fuerza al caballo, mostrándose encastado en la muleta, donde la clave estuvo en los inicios de Juan Pablo doblándose por bajo, haciéndose el novillo a su gusto para después, incluso en terrenos prohibidos, interpretar fases importantes sobre todo con la diestra, aunque también lo consiguió por naturales al principio inciertos. Muleta por delante para embarcar y dejándola, sin moverse, para ligar las tandas aprovechando la movilidad con el temple innato. Y ante el parón, firmeza, sin dudas y sin perder la linea recta de la figura, tragando él y el tendido. Estocada y merecida oreja para asentar ese primer tramo de ascenso con media puerta grande abierta.
El ascenso por el segundo tramo debía ser con el cuarto de la noche, también de El Montecillo como toda la novillada, que fue más noble llegando más claro a la muleta, en lo que colaboró la ovacionada suerte de varas que ejecutó Pepillo de Málaga, por agarrarse arriba, midiendo el castigo en los dos encuentros. Ahora la arcilla era color castaño y más manejable que la anterior, permitiendo al mexicano lucirse en los doblados iniciales, no de tanteo sino de temple, rematados con el desprecio y un cambio de mano que conectó al público en sintonía con el ruedo, para no desconectarse durante toda la faena con las mismas bases que la anterior pero con las sorpresas para distraídos como los pases por detrás y los pitones en la taleguilla a mitad del pase, finalizado con los pulsos del corazón acelerado trasladados a la muleta en toques que consiguen finalizar el suspense. Justa medida en ambas faenas de tiempo y forma para pedir el estoque a su mozo, cuando Juan Pablo acariciaba el algodón azul del cielo madrileño que es lo mismo que la gloria taurina. Agarró fuerte la empuñadura y se tiró a matar con la fe que atesora y el empuje de los asistentes. Clavó media arriba que fue suficiente para ver doblar a su enemigo y aparecer pañuelos en el tendido pero no para que el brazo perezoso del presidente asomara el suyo, que además no lo es, porque es de la plaza. Ahí se quedaron los dedos del hidrocálido arañando la gloria de Alcalá, para bajar y dar una vuelta al ruedo, sumando así un magnífico balance en su presentación.
Sus compañeros de terna tuvieron silencios como balances. El francés Patrick Oliver no consiguió coger la media al incómodo segundo y el quinto no le dio muchas opciones llevando siempre la cara arriba provocando deslucidos enganchones.
El español Antonio Espaliú mostró un buen concepto de su toreo con gotas andaluzas en el compás abierto de su capote y algunos trazos con la muleta. Resultó herido al entrar a matar al sexto y quedarse demasiado tiempo a merced en el suelo, recibiendo una herida en la cabeza y otra en la cabeza de carácter leve.
Al salir, mucho tiempo tardó Juan Pablo en llegar al coche de cuadrillas por la gran cantidad de aficionados que solicitaban la foto recuerdo con la joven promesa. Peaje del triunfo.
FICHA
Madrid, Las Ventas: 3ª de las Novilladas nocturnas. Un tercio de entrada.
6 Novillos de El Montecillo.
Juan Pablo Sánchez, oreja y vuelta tras petición.
Patrick Oliver, silencio y silencio.
Antonio Espaliú, silencio y silencio.
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