viernes, 6 de mayo de 2011

Crónica Sevilla: La crónica de Barquerito (Colpisa)


Una gran faena de Daniel Luque


-El torero de Gerena deja probada su madurez –recursos, corazón, cabeza- y triunfa con un toro aquerenciado en tablas. Discreto debut de Torrehandilla en la feria de Abril
Sevilla, 5 may. (COLPISA, Barquerito)
Sevilla. 12ª de abono. Casi lleno. Veraniego.
Seis toros de Joaquín Morales. Tres -2, 3º y 6º- con el hierro de Torrehandilla y los otros, con el de Torreherberos. El cuarto, sobrero. De muy desiguales hechuras y trapío, y de variada condición. Muy bondadoso el primero; noble pese a su resistencia el sexto. Dio juego el quinto antes de rajarse. Apagados segundo y cuarto. Mansito el tercero.
El Cid, de azulete y oro, una oreja y silencio. Cayetano, de verde oliva y oro, silencio y vuelta al ruedo. Daniel Luque, de hueso y oro, saludos tras un aviso y oreja tras un aviso.
Texto
Dos horas y cuarenta minutos duró la cosa –calor de verano ya sofocante- pero los últimos diez minutos fueron los más de verdad: toreó con cabeza y corazón Daniel Luque un toro mansurrón pero no avieso, sino noble al ser gobernado, y que marcó querencia a tablas de sol casi desde la salida. Las tablas de sol propiamente están en Sevilla entre el portón de las cuadras y la puerta de toriles y no es fácil torear ahí, porque en los viajes a toriles los toros suelen arrollar por sistema y sólo en los de vuelta hacia el patio de caballos, y por los adentros, van o vienen con relativa claridad. Sólo que hay que aguantar y tragar en los dos casos. Saber, querer, poder, ponerse y estarse. Y en eso anduvo el misterio de todas las cosas que hizo Luque, que fueron muchas. De riesgo y tan de recursos como de riesgo y, por tanto, pensadas.
Faena discurrida sobre la marcha, con sus golpes de sorpresa obligados y que, de partida, se antojó imposible: antes de empezar siquiera la pelea en el tercio, el toro ya estaba en su cueva de tablas. Ahí pasó luego todo. En son creciente, clave de la tensión de esa clase de faenas. Primero, le ganó Daniel al toro pasos, que fue difícil hazaña, y fue tirando de él con llamativa suavidad. Podía haber sido un trabajo de trágala –un arrimón, digamos- pero no lo fue para nada, sino que las embestidas, arrancadas a tenaza porque el toro tardeaba, se vaciaban con suavidad; los toques fueron muy precisos; la ligazón en trenzas, espectacular por la firmeza. Espléndidos los pases de pecho o cambiados en que Luque se echó el toro por delante a suerte cargada.
Ligar el molinete con el de pecho, el de pecho con el de la firma o el del desdén, y volver sin fatiga a la cara del toro una y otra vez sin que la faena perdiera intensidad ni ritmo. Logro mayor. Péndulos entre pitones cuando el toro estuvo sometido y hasta entregado. La música estuvo atenta pero a la espera y sólo cuando Daniel fue a cambiar la espada. Se volvieron contra los músicos algunos y la banda calló. La estocada fue de ley, rodó el toro y estalló un júbilo muy de toros.
Era la primera vez que lidiaba en la feria de Abril Joaquín Morales con su ganadería de encaste Jandilla y sus dos hierros, el de Torrehandilla –divisa roja- y el de Torreherberos -divisa verde. Cosas que sólo pasan en Sevilla: los Torrehandilla se soltaron con la divisa verde y los Torreherberos, con la roja. Fue, para ser un debut de lujo, una corrida de muy desigual fachada y, luego, justa de fondo, resistencia y ganas de pelea. El primero, de franciscana bondad, fue para El Cid un mero coser y cantar que se celebró con palmas frías y música castigadora, porque se arrancó la banda con racanería y dejó de tocar –el Ragón Felez- al primer apagón. Una trinchera pomposa, buen compás en el toreo con la derecha, el toro bien soltado. Una notable estocada.
El segundo, cubeto de cuerna, finas horcas como de toro criado con fundas, no tuvo ni fuerza ni entrega. Cayetano le pegó rígidos lances en el saludo, Luque quitó marchoso a la verónica y Cayetano replicó sin particular fortuna. Basto, acarnerado, bajo de agujas, el tercero se blandeó de varas y a los diez muletazos volvió grupas. Una de las rajadas mayores de la feria. Se rebrincaba, no quería ni tampoco terminaba de protestar ni de dejarse. Le buscó las cosquillas Daniel con un trabajo seguro y sencillo que iba a ser anuncio de la espléndida faena de última hora.
A las ocho menos cuarto pasaron por delante de la Maestranza como todas las tardes una ambulancia y un coche de bomberos a toda sirena. El cuarto toro –de ancha corola- se rompió una mano en un hoyo. Soltaron un sobrero con divisa roja y la mitad de cara que el recién devuelto, y El Cid lo trató con la mayor suavidad posible. Ni así. Se vino abajo el toro, que fue el de más pobre nota.
Protestaron por anovillado el quinto de corrida que tenía sin embargo sus dos pitones puestos. Encogido, casi frenándose, parecía toro de resistirse a todo. Le ganó la partida con decisión y gitanería Cayetano en una faena de dar el pecho, asentarse, torear con el ajuste imprescindible, sacar los brazos y saber desplantarse y dominar, por tanto, la escena. Los muletazos genuflexos de tanteo y horma, que sacaron del toro lo que tanto parecía resistírsele, tuvieron regusto del bueno. Pero también ese quinto toro se rajó después de rendirse. Cayetano sintió el calor de su público. Un pinchazo, una estocada, una vuelta al ruedo casi clamorosa.

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