Indultado un toro de Cuvillo, Manzanares a cámara lenta
Sevilla, 30 abr. (COLPISA, Barquerito)
Sevilla. 7ª de abono. Lleno. Soleado, bueno.
Seis toros de Núñez del Cuvillo. El segundo, sobrero. Corrida astifina y bien armada, de excelentes hechuras y variado remate. Fueron de muy buena nota primero, tercero y sexto. Indultado el tercero. Bravo y un punto celoso el segundo, que no tuvo el son pautado de los otros tres. Quebrado en dos varas muy duras, quedó por verse el cuarto. El quinto, lastimado al rematar de salida, no pudo. Invitado por Manzanares, el ganadero –Álvaro Núñez Benjumea- le acompañó en una vuelta al ruedo festejadísima antes de soltarse el cuarto.
Julio Aparicio, de añil y oro, leves pitos y silencio. Morante de la Puebla, de verde esperanza y oro, saludos y algunos pitos. José María Manzanares, de cobalto y oro, dos orejas simbólicas tras el indulto del tercero y. A hombros por la Puerta del Príncipe.
Espectaculares pares de banderillas de Trujillo, Curro Javier y Luis Blázquez, todos gente de Manzanares. Buenos puyazos de Chocolate al tercero.
Texto
Cuatro años después volvió a lidiar Cuvillo una corrida en Sevilla y se tuvo claro desde el arranque que el regreso iba a ser sonado. Un primer toro colorado de soberbia popa -531 kilos-, cortito de manos y descarado que salió galopando, fue muy pronto y llenó plaza con esas dos virtudes tan de bravo. Aparicio dibujó en el recibo espléndidos garabatos con el capote pero sin terminar de encajarse y, después de tomar el toro una vara de bravo –fijeza, empuje-, cargó las tintas y la suerte en un quite rumbosísimo y sinuoso de dos verónicas agitanadas –salió el toro como escupido-, media de filigrana, una revolera y dos recortes porque el toro seguía las telas sin daño.
Después de la segunda vara salió Morante a quitar y se dejó ir en tres verónicas enroscadas de fantástico empaste, el vuelo justo, gran cadencia, y media de tanto compás como cualquiera de los tres lances previos. Se arrancó la música. En banderillas estaba todavía el toro caliente y persiguió sin hacer hilo a Caíto Quintana tras el segundo par, lo derribó y le perdonó.
La corrida no iba a tardar en embalarse. Para gloria mayor del ganadero, y de Manzanares, y de su toreo de muleta a cámara lenta, recosido y enroscado sin soltar apenas toro, en vertical, de brazos mecidos y cintura flexible. Un Manzanares plantado con insolente seguridad delante del tercero de la tarde. Y delante del sexto también, pero no tanto. Manzanares consiguió provocar el indulto del tercero al cabo de prolija faena donde no hubo ni que elegir terreno, por la docilidad del toro, y sí mano, porque la lesión de la izquierda impide a Manzanares torear con la soltura propia. Fue fundamental la gracia de adornos varios: una arrucina, el molinete del Gallo, la trinchera, el pase de las flores, dos o tres cambios de mano por delante, los cambiados de remate sacados al hombro contrario. Con ellos ganaron color la caligrafía y el solfeo de la faena.
El toro, de son tan retemplado, se había ido suelto un par de veces a final de faena y las embestidas empezaron a resultar mecánicas de tan pastueñas. La petición de indulto se embaló tanto como el aire de la corrida, la banda hizo de Cielo Andaluz un concierto, y el palco se avino al plebiscito. Envuelto en los bueyes, el toro volvió a corrales galopando. El indulto –primero concedido en Sevilla desde 1965, honrado entonces un novillo del Marqués de Albaserrada- vino de mano de la euforia y la euforia se hizo contagiosa. Más bravo fue, en rigor, el primero de corrida, pero a Aparicio, apenas recuperado de una seria lesión de rodilla, le faltó aire para llegar más allá de los diez muletazos. Tanto pesaba el toro a pesar de su nobleza.
El segundo cuvillo, tras apretar en duro puyazo trasero, salió quebrado. Lo devolvieron precipitadamente. El sobrero, venido arriba en banderillas, sacó una bravura no díscola pero sí celosa nada fácil de gobernar. Morante, muy confiado en una trenza inicial, se encontró de pronto demasiado toro, porque de puro codicioso le salía por todas partes. Combate en tablas. Algún muletazo delicioso, la torería de Morante. Lo sacaron a saludar. Después vino el indulto del toro Arrojado y entonces sacó Manzanares a Álvaro Cuvillo para dar la vuelta al ruedo con él. Lo nunca visto.
Después siguieron dos frustraciones: el cuarto, de lindo gateo, se acabó en un segundo puyazo implacable; el quinto, que remató de salida con gran estilo, se lesionó en uno de los dos remates y quedó tullido. Abreviaron Aparicio y Morante. Y saltó el sexto, que fue de excelente condición. Ritmo más agreste que el de primero o tercero, pero una alegría abierta que no tuvieron los otros dos. Pies de bravo en banderillas y una cadencia de embestida muy notable. Manzanares se rompió más con este sexto que con el tercero, la faena muy más intensa y por tanto más breve –el desparpajo y la velocidad, y la postura, casi las mismas- y las pausas se hicieron raras porque no las pedía el toro. Una estocada tendida. Después de tanta pelea se fue a morir el toro a tablas.
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